1.
Hay una raza nueva de hombres nacidos ayer, sin patria ni
tradiciones, asociados entre sí contra todas las instituciones
religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente
cubiertos de infamia, pero autoglorificándose con la común
execración: son los Cristianos.
Mientras
las sociedades autorizadas y organizaciones tradicionales se reúnen
abiertamente y a la luz del día, ellos mantienen reuniones secretas
e ilícitas para enseñar y practicar sus doctrinas. Se unen entre sí
por un compromiso más sagrado que un juramento y así quedan
confabulados para conspirar con más seguridad contra las leyes y así
resistir más fácilmente a los peligros y a los suplicios que les
amenazan (sigue...)
2.
Su doctrina tiene un origen bárbaro. No es que pensemos imputárselo
como una falta o un delito: los Bárbaros, ciertamente, son capaces
de inventar dogmas; pero la sabiduría bárbara vale poco en sí
misma, si no la corrige, depura y ultima el logos o la razón griega,
de la cual Roma se siente heredera. Los peligros que los cristianos
afrontan por sus creencias, supo Sócrates afrontarlos por las suyas
con un coraje inabarcable y una serenidad maravillosa. Los preceptos
de la moral de los cristianos, en lo que contienen de perfección,
antes que ellos los enseñaron los filósofos, y especialmente los
estoicos y los platónicos. Sus críticas a la idolatría,
consistentes en sostener que estatuas marmóreas o broncíneas,
hechas por hombres a veces despreciables, no son dioses, fueron antes
incontables veces expuestas. Así escribe Heráclito: «Dirigir
preces a imágenes, sin saber lo que son los dioses y los héroes, y
vale tanto como hablar con las piedras1.».
3.
El poder que parecen poseer los cristianos les viene de la invocación
de nombres misteriosos y de la invocación a ciertos «daimones» o
espíritus (a los que algunos llaman demonios). Fue por magia por lo
que su Maestro realizó todo lo que parece espantoso o de maravillar
en sus acciones; en seguida tuvo gran cuidado en advertir a sus
discípulos que se guardasen de los que, conociendo los mismos
secretos, pudiesen realizar lo mismo, y que evitasen como él de
participar de mágicos poderes propios de los dioses.
4.
(…) Es preciso incluso que las creencias profesadas se fundamenten
también en la razón. Los que creen sin examen todo lo que se les
dice, se parecen a esos infelices, presas de los charlatanes (...)
Ninguno de ellos quiere ofrecer o escrutar las razones de las
creencias adoptadas. Dicen generalmente: «No examinéis, creed
solamente, vuestra fe os salvará»; e incluso añaden: «La
sabiduría de esta vida es un mal, y la locura un bien».
5.
Las naciones más venerables por su antigüedad están de acuerdo
entre sí en los dogmas fundamentales, es decir, en las
opiniones más comunes. Egipcios, Asirios, Caldeos, Indios, Odrisos,
Persas, Samotracios y Griegos tienen tradiciones poco más o menos
semejantes. Es en esos pueblos donde se debe buscar la verdadera
fuente de la sabiduría, que en seguida se esparció por todas partes
en todas direcciones por mil senderos y riberas. Sus sabios, sus
legisladores, Lino, Orfeo, Museo, Zoroastro y otros, son los más
antiguos fundadores e intérpretes de estas tradiciones y ellos son
los verdaderos patronos de la Cultura toda. Nadie piensa en contar a
los judíos entre los países de la civilización, ni en conceder a
Moisés honras semejantes a las concedidas a los más antiguos sabio.
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