José
Ignacio González Faus, jesuita y profesor emérito de Teología en
la Facultad de Barcelona, acaba de entregar a la imprenta ‘Herejías
del catolicismo actual’, una obra en la que repasa los
“desenfoques” que desfiguran el cristianismo. Entre ellos figuran
la papolatría, el olvido de los pobres, el clericalismo o el
arrinconamiento del Espíritu Santo. González Faus no pretende
lanzar acusaciones o denuncias, sino indagar en la tradición
cristiana y sus fuentes.
PREGUNTA;
Dice usted que en el catolicismo actual los ricos ocupan una
preeminencia indiscutible. ¿Cuándo abrazó la Iglesia esta herejía?
RESPUESTA:
En la historia los cambios no aparecen de golpe y más si son
inconscientes. En el siglo XIII el paso de una economía de trueque a
comercial lleva a pensar que los ricos lo son por mérito propio. En
el Renacimiento la admiración por la grandeza del hombre lleva a
olvidar a los que no parecen tan humanos o tan grandes. En el XVIII,
la idea pseudocalvinista de que la riqueza es señal de que Dios te
predestina al cielo… El hecho es que, en el siglo XIX un obrero
(Claude Corbon) escribe una carta al obispo Dupanloup: “preguntáis
por qué el mundo obrero abandona a la Iglesia. Sois vosotros los que
nos habéis abandonado a nosotros; pero antes no fue así….” (sigue...)
P:
¿Ha suscitado muchos ateos la figura de un dios cruel e implacable?
R:
Según el Nuevo Testamento, Dios se ha revelado como Amor. Un dios
cruel dará lugar a ateos o a hombres falsamente religiosos. Otra
cosa es que el Dios Amor no es un ‘dios a la carta’ como ahora
parecen buscar algunos. El amor es más exigente que la ley.
P:
¿Hablar más de la muerte de Jesús que de su vida responde a una
mentalidad sadomasoquista?
R:
La muerte de Jesús no vale por ser muerte ni por ser cruel sino por
ser una vida entregada hasta la muerte. El cristianismo enseña que
todo lo que vale cuesta (y nada cuesta tanto como el amor); pero no
que todo lo que cuesta vale. Eso sería masoquismo.
P:
¿Qué tiene la curia romana para hacer prisioneros de ella a los
papas?
R:
Me decía un amigo que la curia puede compararse a un ordenador
gigante y supercomplejo. Si un profano como yo, que sólo conoce un
manejo elemental, se enfrenta con aquel mamotreto y no entiende de
antivirus ni de programas ni de cartuchos ni de reparaciones… y el
cuerpo de técnicos de informática no le ayuda, se sentirá perdido
e impotente. Y el inconsciente curial es: los papas pasan, la curia
permanece.
P:
La eucaristía, el compartir el pan y el vino ¿debería parecerse
más a la que celebraban Jesús y los apóstoles?
R:
Hay que poner empeño en que se parezca lo más posible, sobre todo
dado que comprensibles dificultades prácticas (de mucha más gente y
locales más grandes) dificultan ese parecido. Muchos católicos
piensan que la eucaristía es simplemente un acto de culto (y habrán
de pensar también que Dios debe ser bastante aburrido si le agradan
esos cultos). No vinculan la eucaristía con la cena de despedida del
Señor (y celebrar una cena siempre es un acto de esperanza). Tampoco
saben que en esa cena Jesús hizo unos gestos muy laicos y muy
elementales (partir el pan y pasar la copa) que resumían lo que
había sido toda su vida: compartir la necesidad y comunicar la
alegría.
P:
Cree que Juan Pablo II hablaba en serio cuando decía: “podría ser
obligatorio enajenar esos bienes [los adornos superfluos de los
templos y los objetos preciosos del culto] para dar pan vestido y
casa a los que carecen de ello”?
R:
Creo que sí lo dijo como obligatorio. Y además, san Agustín y
otros Padres de la Iglesia lo habían hecho. En la primera
predicación de la Iglesia se repite muchas veces: no tiene sentido
vestir imágenes y adornar paredes de una supuesta “casa de Dios”,
si luego te encuentras a Cristo presente en el hambriento, en el
enfermo o en el inmigrante y no le haces caso.
P:
Habla de la herejía del capitalismo. ¿La iglesia está en manos de
los ricos?
R:
Ya hace años Metz publicó un libro de título fundamental: ‘Más
allá de la religión burguesa’. El capitalismo se asienta en el
principio inconfesado de que la eficiencia (en la que tanto destaca)
está por encima de la ética. Que, por tanto, el fin justifica los
medios. En esto, su enseñanza es deletérea. Las críticas de
Schweickhart o Eagleton me parecen decisivas. Cuando existían los
países pseudosocialistas del Este, el miedo hizo que el capitalismo
se moderara y se vistiera con piel de oveja. Al caer aquellos hemos
vuelto a ver su verdadero rostro. No hay más que mirar el descenso
impresionante de las masas salariales en los últimos veinte años.
P:
¿Cuál es la peor de las idolatráis que consiente la iglesia?
R:
“No se puede servir a Dios y al dinero” (Jesús). “La codicia
es idolatría” (Pablo). “La raíz de todos los males es la pasión
por el dinero” (1ª a Timoteo). Estas tres frases que atraviesan el
Nuevo Testamento me parece que responden suficientemente.
P:
¿Existe culto a la personalidad en la Iglesia cuando nunca se
impugnan en vida los preceptos de un papa?
R:
Las masas humanas necesitan ídolos a quien aclamar y tienden al
culto a la personalidad. Sea Messi, Shakira, Chávez o quien sea.
Nuestro peligro en la Iglesia es dejarnos mecer por esos defectos de
la multitud. Nos falta aquello que Pedro y Pablo repiten en los
Hechos de los Apóstoles: “¡no somos dioses! ¡Somos hombres como
vosotros!”.
P:
¿Se ratifica en su idea de que, en España, la iglesia adolece de un
clero analfabeto?
R:
Ese artículo (‘Hacia un claro analfabeto’) lo escribí hace
muchos años cuando aún era yo profesor. Ahora, jubilado, no puedo
decir si se ha cumplido la profecía. Algún compañero más joven se
queja de que los seminaristas no tienen interés por la teología:
viven de un catecismo ‘de Cuenca’ y se atreven a acusar de
herejía a los profesores. Yo puedo decir que, si es así, acabarán
o perdiendo la fe, los más sinceros, o convirtiéndose en
fundamentalistas intolerantes los de menos honestidad intelectual.
P:
¿Le inspira esperanza el papa Francisco? ¿Puede contribuir a la
instauración de una iglesia de los pobres?
R:
Hasta ahora mucha. Pero habrá que ver cuando toque pasar de gestos y
palabras simbólicas a cambios de fondo. Las dificultades, y las
resistencias, son enormes.
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