Los
tres maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche, aunque desde
diferentes presupuestos, realizaron una durísima crítica al
cristianismo porque consideraron que manipulaba y falseaba la verdad,
sometiendo a las personas a la esclavitud. Así, según Marx, la
verdad se falsea o se enmascara por intereses económicos, en Freud
por la represión del inconsciente y en Nietzsche por el
resentimiento del débil.
Según
Marx, el cristianismo es “el opio del pueblo” porque le promete
que habrá una vida mejor en le más allá, con lo cual se resignan a
sufrir todo tipo de explotaciones en esta vida sin hacer nada para
acabar con la injusticia. Los ricos someten a los pobres y éstos se
limitan a soñar con una vida feliz en el paraíso mientras los ricos
creen poder comprar su salvación con sus donaciones a la Iglesia.Las personas, en vez de pensar en la vida en el más allá, deben luchar por transformar la sociedad y hacer un mundo en el que se acaben las diferencias de clases, entre ricos y pobres, y haya justicia.
Para
Freud, el ser humano está reprimido por el cristianismo ya que éste
le impide realizar los instintos sexuales presentes en su naturaleza.
De este modo, atado por normas sociales que condenan continuamente el
sexo, las personas no se pueden realizar a si mismas y sufren todo
tipo de traumas psicológicos.Si el ser humano se liberara de las normas religiosas podría disfrutar más libremente y con más naturalidad, especialmente de la sexualidad, y, en consecuencia, estaría psicológicamente más sano.
Por
último, Nietzsche asegura que el cristianismo premia a los débiles
en contra de la ley natural más lógica que es la del dominio del
más fuerte y superior. La competencia, la lucha por ser el mejor, es
la ley natural del ser humano, que busca triunfar, dominar y tener
poder para cumplir sus deseos y así realizarse por completo. En cambio, el cristianismo mata este
impulso premiando injustamente a los débiles e inferiores, que no se
lo merecen. De este modo, el cristianismo va contra la vida, contra la fuerza vital que hay en el ser humano, anula la potencialidad de los más capaces, de los más fuertes y esforzados, y, en cambio, ensalza a los mediocres y peor dotados.
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