Mucho se ha hablado del papa Francisco en los poquísimos días que han transcurrido desde su elección. Se puede decir, con toda propiedad, que este Papa está dando que hablar. Pero esta vez para bien. Sus gestos y sus palabras están sorprendiendo a todos por la hondura con la que apuntan a lo esencial del Evangelio: vivir pobremente sirviendo a los más pobres.
La
esperanza e ilusión que ha despertado el papa proceden de que ha
iniciado una reforma de la Iglesia tanto en contenido como en forma:
en contenido, porque se ha centrado en el núcleo originario del
mensaje y la vida de Jesús: la opción preferencial por los pobres;
en forma, porque en vez de cambiar la Iglesia a base de normas lo
está haciendo a golpe de testimonio, con su ejemplo de vida, por
contagio.
En
efecto, toda reforma de la Iglesia es banal si no se acomete primero
lo esencial, que es vivir en su originalidad, la opción de Jesús
por servir pobremente a los más pobres. Jesús, el Dios encarnado en
alguien débil y pobre, empeñó su vida en acercarse a los excluidos
y desfavorecidos para confortarlos en su situación y elevarlos en su
dignidad de personas, aunque para ello tuvo que denunciar las
injusticias y opresiones de los ricos y poderosos. Eso, y no otra
cosa, le costó la vida. Cuando se anunció que el nuevo papa se
llamaría Francisco, enseguida caímos en la cuenta de que el nombre
había sido elegido en honor a Francisco de Asís, el santo de los
pobres, el santo que, sin ninguna duda, más se ha parecido a Jesús.
El papa así lo confirmó cuando aseguró que pensó en el nombre de
Francisco cuando, al ver que la elección era inminente, un amigo
cardenal brasileño que tenía al lado le dijo: “No te olvides de
los pobres”. Todos sus gestos apuntan en esta dirección: no sólo
no se va a olvidar de ellos, sino que los va a situar como centro
mismo de su pontificado. O como diría Jesús: de ellos es el reino
de Dios.
Por
eso ha renunciado a vivir en la mansión vaticana, prefiriendo la
sencilla residencia sacerdotal, o suele usar el transporte público
en vez del coche oficial, o viste su sencilla sotana blanca sin ricos
y ostentosos ropajes, o ha decidido celebrar el Jueves Santo en una
cárcel con jóvenes y sin medios de comunicación, en vez de las
suntuosas ceremonias de la Basílica de San Pedro retransmitidas a
todo el mundo.
No
hay día que pase sin que nos llegue un nuevo y sorprendente gesto
del papa. Y todos encierran el mismo mensaje: una Iglesia pobre,
despojada de poder y riquezas, cuya misión sea servir a los débiles
y desfavorecidos. Si este es su objetivo, si este es el contenido de
su “reforma”, ha dado en la diana, porque ha recuperado, por fin,
el Evangelio en su pureza originaria. Si hace esto, yo no quiero nada
más. Me basta y me sobra.
Respecto
a la forma, el papa está dejando bien claro que el amor evangélico
hacia los más pobres no se impone por ley. Decidir ser pobre,
entregarse a los pobres, dejarse cambiar por los pobres, es algo que
no se consigue legislando, dictando normas, escribiendo encíclicas,
e imponiendo directrices. No digo que no haya que hacer reformas en
las leyes eclesiásticas, lo que digo es que las leyes son inútiles
si no hay un testimonio de vida detrás que las respalden. El papa es
plenamente consciente de que su autoridad no es una autoridad legal,
sino moral, y que, por tanto, no procede del derecho canónico, sino
de su ejemplo de vida. El papa ya ha empezado a reforma la Iglesia
sin necesidad de dictar ni una ley, tan sólo con su testimonio. ¿De
qué otro modo hizo Jesús realidad el reino de Dios sino con su
estilo de vida? No me cabe duda de que, hasta ahora, la doctrina de
la Iglesia había dicho muchas cosas positivas en favor de los
pobres, pero, como dice un refrán, “no hay nada peor que un buen
consejo seguido de un mal ejemplo”. En cambio, este papa es menos
de hablar y más de hacer, y parece dispuesto a hacer verdad eso de
que no hay nada más poderoso que un ejemplo.
Queda
por ver que irá sucediendo a medida que los días y los meses vayan
pasando. No digo que con este papa haya llegado la panacea que
estábamos esperando. El papa no es Dios. Este papa tiene sus
defectos y limitaciones, a lo que hay que añadir la oposición que
encontrará de todas aquellas personas y grupos que vean amenazados
su status de poder. Ya veremos en qué para todo esto. Pero los
comienzos son prometedores. Me gusta pensar que “lo que bien
empieza, bien acaba”.
No
hace apenas tres meses estudiaba en clase con los alumnos la figura
de Francisco de Asís, y hacíamos hincapié en el anhelo que había
en aquella época por vivir la fe en la sencillez y pobreza
evangélicas. Poco después nos tocaba ver la reforma luterana, que
empezó, entre otras cosas, como una reacción al tremendo poder y
riqueza que la Iglesia acumulaba en aquel momento. Ahora les digo a
mis alumnos que quizás ellos hayan sido testigos de un
acontecimiento histórico, verdaderamente histórico, de esos que,
pasados los años, se estudian en los libros porque cambiaron la
historia.
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